Drogas y el afán prohibidor

Un ensayo sobre las drogas, las prohibiciones y los delirios colectivos

Una idea de Jordi Cebrián

La Ley Seca

“Esta noche, un minuto después de las doce, nacerá una nueva nación. El demonio de la bebida hace testamento. Se inicia una era de ideas claras y limpios modales. Los barrios bajos serán pronto cosa del pasado. Las cárceles y correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno.”

Senador Volstead en el discurso pronunciado para anunciar la promulgación de la ‘Ley Seca’



Las puertas del infierno

Cuando, la noche del 17 de enero de 1920, sonaban por las radios de Estados Unidos las palabras del senador que daba su nombre a la ley que prohibía la fabricación y venta de bebidas alcohólicas en EE.UU. (a excepción de los “usos medicinales y el vino de misa”), probablemente muchas personas creían en ellas y en el futuro brillante que esperaba al país. Pensando en las consecuencias adversas que el abuso del alcohol traía a la sociedad, creyeron honestamente que los problemas desaparecerían acabando, no con el uso irresponsable de la sustancia, sino con cualquier uso de ella con fines no médicos o religiosos. A la vista del discurso, queda claro que el alcohol no era visto por estas gentes como un problema de la sociedad sino como ‘el Problema’. Acabando con él, volvería a brillar el sol. Y creían, ya fuera por pragmatismo o religiosidad, que para lograr tan nobles fines bien valía pasar por encima de algunas libertades individuales, como la de poder ingerir lo que uno crea conveniente. Otros oyentes probablemente serían menos optimistas. Ellos no pensarían que todos los problemas de la sociedad fueran a solucionarse, pero sí que, si con ello se eliminaban los borrachos y los malos tratos a las mujeres propiciados por la bebida, bien estaba la prohibición. Unos y otros cometían en sus razonamientos varios fallos muy habituales. El primero consiste en creer que la existencia de una ley equivale a su cumplimiento. El pensador libertario Atwill Wasson escribió, refiriéndose precisamente a la Ley Seca: “Una cosa es crear una ley, y otra es crear la fuerza necesaria para garantizar su cumplimiento. De ahí que tengamos tantas leyes inútiles en este país. Olvidamos que las leyes no se aplican solas” . Dotar de recursos para garantizar el cumplimiento de una ley, equivale a retraerlos de otras dedicaciones y, aunque sólo fuera por esto, tendríamos que darnos cuenta del segundo error de cálculo: no es posible tocar un parámetro en una sociedad dejando fijos los demás. En efecto, cualquier cambio social realizado de forma coactiva sobre una sociedad tiene unas consecuencias difíciles de prever.

Unos y otros tuvieron ocasión de comprobar, durante 13 años, cómo funcionaba el experimento prohibicionista. En efecto, en 1933 la Ley Seca tuvo que ser derogada, pues, según reconocieron las autoridades, el grado de injusticias y corrupción generado era inadmisible. Las consecuencias habían sido terribles: 30.000 muertos por envenenamientos debidos a alcohol metílico y otros adulterantes; 100.000 personas víctimas de ceguera, parálisis, etc.; 45.000 personas detenidas por motivos relacionados con la prohibición; aparición de unas organizaciones del crimen que aun perduran en la actualidad, y dedicadas principalmente hoy al tráfico de drogas; 35% de agentes encargados de velar por la prohibición, con expedientes abiertos por corrupción y casi un 10% expulsados. Un ministro de Interior y uno de Justicia fueron condenados por conexión con mafias y por delitos de contrabando . El mismo año en que se abolió la Ley Volstead, el crimen violento descendió dos tercios, sin volver a alcanzar los mismos niveles hasta después de la Segunda Guerra Mundial.

Otro dato significativo; la Asociación Farmacéutica Americana retiró de la farmacopea en 1917 todo tipo de bebidas alcohólicas. Pero seis meses después de aprobada la prohibición, ‘nuevos datos científicos’ hicieron que volvieran a ella nueve de las clases de bebidas más apreciados por los bebedores. También en 1917 la clase médica se manifestaba así para apoyar la prohibición: “La Asociación Americana de Medicina se opone al uso del alcohol como bebida; y, además, resuelve que el uso del alcohol como agente terapéutico no debe recomendarse”. Pero una vez promulgada la Ley Volstead, reconsidera la decisión y pasa a considerar imprescindible el uso de vinos y licores “como sedantes y en el tratamiento de la neurastenia”. Y así, a finales de 1920, 57.000 farmacéuticos y 15.000 médicos habían solicitado ya licencias administrativas para recetar y vender bebidas alcohólicas. Y en 1931 eran ya 100.000 los médicos con licencia. Se calcula que, en 1928, ingresaban unos 40 millones de dólares escribiendo recetas para comprar whisky . La situación esta inmortalizada en la letra de la copla de Concha Piquer ‘En tierra extraña’, donde, refiriéndose a Nueva York, cuenta: “…y como allí no beben, por la Ley Seca, / y sólo a los enfermos despachan vino, / yo pagué a precio de oro una receta / y compré en la farmacia vino español, vino español…”.

La Ley Seca había conseguido reducir entre un 10 y un 30 por ciento el consumo de alcohol , aunque probablemente sólo en aquellos usuarios que no dependían del alcohol y para los que éste no suponía ningún problema previamente. La prohibición, lejos de hacer desaparecer el vicio, había producido la aparición de un mercado negro “profundamente infiltrado en la maquinaria pública, que potenciaba tanto la desmoralización y corrupción de los represores como una tendencia a despreciar la ley en buena parte de los ciudadanos” .

Ése había sido el resultado de analizar de forma incorrecta un problema social, de aplicarle soluciones coactivas y de desvirtuar el lenguaje con el que se trataba. El mecanismo es clásico: consiste en llegar a creer que ‘algo’ o ‘alguien’ es la causa de todos los males que nos afligen. Para ello es necesario distorsionar, consciente o inconscientemente, la realidad para adaptarla a nuestra creencia apriorística. Hecho esto, estará claro que acabando con la causa habremos acabado con las consecuencias. Y, normalmente, la manera más tentadora de acabar con algo es prohibirlo, y perseguir penalmente a quienes se saltan esa prohibición.

Pero hay un factor que permitió que en aquel momento, constatadas las consecuencias, se diera marcha atrás. Un factor éste que diferencia aquel caso de la prohibición actual y universal sobre las drogas. La ‘Ley Seca’ era la imposición de una minoría integrista religiosa sobre una mayoría de consumidores. Esta minoría consiguió hacer llegar al Congreso un pliego con unos 6.000.000 de firmas pidiendo la prohibición, imponiendo su voluntad sobre una población que en 1920 era de 105.000.000 . Al final, la injusticia y el daño generados y, sobre todo, el coste electoral que suponía mantener la prohibición, provocaron la marcha atrás. Hoy, los papeles se han invertido; es una minoría la reprimida por las actuales leyes, las cuales son apoyadas por la mayoría de los ciudadanos que no son conscientes de cómo la prohibición les afecta a ellos también ni de hasta qué punto son culpables, por callada complicidad, de todo el daño que la prohibición acarrea. Intentaré dejarlo claro a lo largo del capítulo.

2 Comments:

Anonymous viagra without prescription said...

la ley seca son medidas que se toman como respeto a ciertas creencias religiosas en la cual si algun comerciante se expone ala venta de bebidas alcoholicas sera clausurado por violacion a la ley

9:57 AM  
Blogger DDAA said...

Aunque el error es muy frecuente y no empaña lo más mínimo este excelente resumen de lo que supuso la maldita Ley Seca, no fue el senador Volstead, un oscuro parlamentario que se limitó a dar nombre a este desastre jurídico, quien pronunció el discurso/soflama. Su autor fue el reverendo Billy Sunday, muy famoso en su día por sus incendiarios dicterios contra todo tipo de vicios.

6:41 AM  

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