Drogas y el afán prohibidor

Un ensayo sobre las drogas, las prohibiciones y los delirios colectivos

Una idea de Jordi Cebrián

Opio, chinos, obispos y la guerra de Filipinas

A finales del siglo pasado y principios de éste, el opio puro, y sus derivados, morfina y heroína, eran artículos de venta libre en todo el mundo , y, en particular en EE.UU. Lo mismo sucedía con la cocaína, la marihuana, etc. Existía unanimidad entre la clase médica y farmacéutica sobre las propiedades únicas del opio como agente terapéutico para un sinfín de enfermedades y trastornos. El monumental informe realizado por la Royal Commission on Opium para Gran Bretaña aparecido en 1884, concluía igualando el uso del opio al de cualquier licor, y diciendo que no existían motivos para considerarlo especialmente temible o aborrecible . Podríamos pensar que, pese a que se alabaran en principio sus virtudes, pronto se cayó en la cuenta de las calamidades que acarreaba a quien lo tomaba. Falso. El opio es conocido y usado por la humanidad desde que se conocen registros escritos. Lo usaban los griegos y los romanos en abundancia y sin problemas de los que quede constancia escrita. Por supuesto, su capacidad para generar dependencia no era inferior a la de principios de siglo, pero la problemática de la adicción no aparece en las crónicas, en tanto que sí constan abundantes referencias a los problemas ocasionados por el abuso de alcohol. El consumo del opio es equiparado a otras actividades rutinarias como comer, asearse o hacer ejercicio. La extensión de su uso queda clara en un censo del año 312, donde aparecen registradas 793 tiendas en la ciudad de Roma destinadas a vender opio, uno de los pocos artículos, junto al pan, cuya especulación estaba prohibida por ley . En 1915, en el boletín oficial de la Asociación Americana de Medicina, leemos, referido al opio: “Si tuviésemos que elegir una sóla droga entre la totalidad de la materia médica disponible, estoy seguro de que muchos -si no la mayoría- elegiríamos el opio; y estoy convencido de que si debiésemos elegir media docena entre las drogas más importantes de la farmacopea todos colocaríamos al opio en primera posición” . Pocos años más tarde, y sin que aparecieran nuevos elementos científicos o nuevas medicinas que justificaran el cambio de opinión, el opio pasó a ser considerado como el mayor peligro al que se enfrentaba la humanidad. ¿Qué había pasado? ¿Cómo se generaron visiones tan dispares y de dónde procede nuestro tabú sobre las drogas en general y sobre el opio y sus derivados, morfina y heroína, en particular?

Durante la Guerra Civil americana, se usó la morfina con profusión, como analgésico para los heridos. La mayoría de los historiadores del tema citan este hecho como el causante de que, a finales de siglo, el número estimado de consumidores habituales de morfina fuera muy superior al del resto de naciones. Sin embargo, este hábito no constituía un problema social, como tampoco en nuestros días lo constituye la adicción que millones de personas tienen respecto a tranquilizantes o pastillas para dormir. La opinión desfavorable hacia el opio y sus derivados empezó con la llegada de los chinos a EE.UU. y su costumbre de fumar opio. Veremos que los primeros intentos de prohibición hacen referencia siempre al opio para fumar, y no a sus usos médicos en estado puro o en forma de morfina o heroína. Los chinos habían entrado masivamente como mano de obra para la construcción del ferrocarril, a partir de 1860, convirtiéndose en poco tiempo en un grupo social extremadamente trabajador y eficaz, que pasó a ser propietario de minas, negocios, granjas y tiendas ante el resentimiento de muchos ‘americanos antiguos’ y, sobre todo, de los sindicatos obreros. A los chinos, consumidores de opio, su drogadicción no parecía impedirles trabajar, sino más bien al contrario, se convirtieron en trabajadores más eficaces que los americanos. Por todo esto, se impulsaron leyes draconianas contra esa minoría, como la ‘Chinese Exclusion Act’ de 1889, que impedía la entrada de trabajadores chinos en EE.UU. a partir de entonces. La minoría china que quedó en EE.UU., de algo más de 100.000 personas, centró entonces los miedos y rencores de los sindicatos y la parte de población que veía en ellos una amenaza. El ‘vicio’ de los chinos, cuya estética era desconocida en EE.UU., sirvió para apoyar la imagen del ‘chino malo’ que droga a los niños y les obliga a trabajar como esclavos para él durante toda la vida en sus lavanderías o sus granjas. Las primeras restricciones al uso del opio para fumar no son de tipo sanitario sino racista. Se prohibe comerciar con opio a los chinos pero no a los americanos, y se prohibe el uso de opio para fumar a los chinos pero no a los americanos. El consumo diario de grandes cantidades de opio no era considerado peligroso para la salud pública , pero los chinos sí. La obsesión de los sindicatos obreros con esta minoría, queda patente en el siguiente fragmento de un panfleto escrito por S. Gompers , presidente de la American Federation of Labor: “Las diferencias entre los americanos blancos y los asiáticos no son superables. Los blancos superiores deben excluir a los inferiores asiáticos mediante leyes o, en caso necesario, por la fuerza de las armas. […] El Hombre Amarillo acostumbra por naturaleza a mentir, engañar y asesinar, y el 99 por ciento de los chinos son jugadores. […] Los chinos inducen a los niños a convertirse en diabólicos opiómanos. Es demasiado horrible imaginar los crímenes que cometen con esas inocentes víctimas los viles amarillos. […] Hay miles de muchachas y muchachos americanos atrapados por ese hábito mortífero, que están condenados, condenados irremisiblemente, sin sombra de posible redención” . Sobran las palabras.

La declaración de guerra por parte de EE.UU a España y su rápida victoria, fue otro de los capítulos decisivos en la historia de la prohibición. Tras ayudar a Filipinas a echar a los españoles, los americanos se dieron cuenta de que los filipinos aún no estaban preparados para la soberanía y asumieron el poder tras acabar con los insurgentes independentistas, que no acababan de entender el altruismo desmedido de EE.UU. Entonces, en 1904, llevaron a Manila como gobernador civil a William H. Taft y como Obispo al reverendo Brent, uno de los protagonistas de excepción en todo este montaje, el cual predicaba una prohibición a nivel planetario de los ‘narcóticos’, excepción hecha del alcohol, pues éste servia como bebida y como fuente de aporte calórico. Brent consideraba que la posición americana en sus colonias debía ser al estilo misionero, transmitiendo valores y modificando costumbres. Como en Filipinas el uso del opio fumado era habitual, el Obispo Brent estaba que se subía por las paredes. Gracias a su influencia con el presidente Roosevelt, consiguió que se aprobara una ley en 1905 que prohibía a los filipinos el uso del opio excepto para usos médicos. Tal vez debido a la preocupación desmedida hacia los filipinos, la ley no se hizo extensiva al resto de ciudadanos hasta pasados tres años. Para el Obispo Brent, haber conseguido la prohibición del opio en Filipinas constituyó todo un éxito que le serviría de base, como veremos, para internacionalizar el invento. Sin embargo, la utilidad de la prohibición en Filipinas, como pasaría luego en el resto del mundo, fue más que dudosa. En 1926, el organismo de la Liga de las Naciones encargado para velar por la ya casi mundial prohibición, comentaba de Filipinas que allí era extremadamente fácil y barato encontrar opio para fumar, denunciaba la corrupción existente entre los oficiales de la isla que debían velar por el mantenimiento de la prohibición, y se quejaba de la dificultad para conseguir informaciones y datos fiables justamente del lugar donde primero aplicaron los EE.UU. la prohibición del opio .

Al mismo tiempo, en China estaban pasando cosas. Allí, el consumo de opio fumado se había hecho habitual desde el siglo XVII, cuando el ultimo emperador Ming prohibió el consumo de tabaco para evitar “que el tesoro chino se convierta en humo”. La sustitución del tabaco por el opio no eliminó el desequilibrio comercial. Por el contrario, pronto China empezó a importar opio. Durante el siglo XVIII, las potencias europeas se lucraban con el opio que producían en sus colonias, principalmente Inglaterra que cultivaba el opio en la India. En 1900, el movimiento ultranacionalista de los boers se rebeló contra las potencias extranjeras atacando sus embajadas en Pekín, con el consentimiento tácito de la Emperadora. El movimiento de los boers era antioccidental y antimodernidades. Atribuía al consumo del opio en China la causa de todos los males del Celeste Imperio y, dado que Inglaterra en particular, vendía a China grandes cantidades de su opio cultivado en la India, la acusaban, cómo no, de envenenar a la juventud china. Como veremos en la segunda parte del libro, las drogas, el racismo y el nacionalismo caminan siempre de la mano, y la historia de que ‘los extranjeros malos envenenan a nuestros niños’ ya entonces no era privativa de Occidente. Asimismo, la histeria antichina desatada en EE.UU., principalmente en California y toda la costa Oeste, con frecuentes ataques a comerciantes y viajeros chinos, no contribuyó demasiado a mejorar las relaciones entre blancos y amarillos. Pero EE.UU. tenía fuertes intereses económicos en China que debía preservar. Así, en 1904, ante un embargo organizado por comerciantes de China contra EE.UU., derivado principalmente de la “Chinese Exclusion Act” de la que ya hemos hablado, el presidente Roosevelt se decidió a pedir un préstamo al congreso por valor de 100.000$ para enviar los marines a China y arreglar las cosas de una vez manu militari. Y es en este momento cuando nuestro amigo, el Obispo Brent, tiene una inspiración genial: acercarse a China, no militarmente, sino como aliados en su lucha contra el opio inglés. A Roosevelt le encantó la idea, y constituyó una comisión dedicada a investigar el tema del opio en China. La comisión tenía tres componentes: como cabeza visible de la Comisión, cómo no, el Obispo Brent; el Dr.Tenney, misionero en Pekín y que ya había criticado abiertamente a Inglaterra por su venta de opio a China, fue el número dos; por último, el Dr. Wright, especialista en enfermedades tropicales, famoso por haber descubierto la causa de la enfermedad del beriberi (aunque más tarde se demostró que su descubrimiento era erróneo).

Los resultados del estudio de la comisión fueron, sorprendentemente, que el opio era muy malo y había que prohibirlo en todo el mundo. Para ello, Roosevelt encargó al trío en cuestión que organizaran una conferencia internacional para implicar a todos los países en una cruzada contra tan peligroso enemigo. La conferencia, que tuvo lugar en Shanghai en 1909, fue un pequeño fiasco. De entrada, a instancias de Inglaterra y Holanda, no se consiguió que fuera formalmente una ‘conferencia’, sino tan sólo una ‘comisión’, capacitada para hacer recomendaciones pero no para imponer decisiones. Sólo asistieron los representantes de 11 naciones, de tan preocupado como estaba el mundo por el tema, y a las asistentes no pudo convencérseles de la inmoralidad o peligrosidad intrínseca del opio fumado. EE.UU. no consiguió que se firmara una recomendación para que se celebrase una posterior conferencia internacional donde se pudiera llegar a resoluciones. Se reprochó también a EE.UU. que pretendiera establecer restricciones a nivel internacional cuando no tenía ninguna ley federal restringiendo el uso del opio, sino tan sólo reglamentos en algunos estados. Con todo, se adoptaron dos recomendaciones que tendrían gran influencia posteriormente. En primer lugar, se solicitaba que no se realizaran exportaciones de opio a ningún país que no lo deseara. En segundo lugar, se recomendaba que los países que lo creyeran oportuno reexaminaran sus legislaciones para adoptar las medidas que consideraran pertinentes, conforme a sus circunstancias particulares, a fin de restringir el uso del opio fumado con fines no médicos mediante prohibiciones o regulaciones estrictas. Pese al fracaso a nivel internacional, este último punto constituyó un pequeño éxito para Wright, Brent y Tenney. EE.UU. debía adoptar fuertes medidas represoras a nivel federal si quería tener credibilidad en sus posteriores intentos de extender la cruzada a otros países. Con todo, estas medidas no llegaron hasta 1914, bajo la forma de la Harrison Act. Pero antes de seguir con esta historia, retrocedamos un poco en el tiempo y hablemos ahora de la otra sustancia que, en aquel tiempo, despertó alabanzas primero y temores histéricos después: la cocaína.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

la guerra contra las drogas es una hipocresía total, quien quiera charlar al respecto o juntarse para degustar autocultivda hierba, o alguna que otra cosilla, me escribe sguzman@hotmail.com

4:54 AM  

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